domingo, 29 de marzo de 2009

DE CÓMO ME ENAMORÉ DE UN ZAPATO

Yo siempre he sido una zapatilla normal, no demasiado bonita ni cómoda, ni con grandes alardes de grandeza. Caminaba siempre por ahí sola, con los cordones desabrochados, hasta que un día otra zapatilla los ató a los suyos, y entonces todo pareció marchar mejor, como si me hubieran puesto unas plantillas nuevas.

Pero yo soy una zapatilla con sueños e inquietudes y un día desaté de nuevo mis cordones y crucé el mundo buscando nuevas aventuras y dejando atrás a mi zapatilla querida.

En el nuevo mundo encontré zapatillas increíbles con cordones sorprendentes, con las suelas gastadas de tanto caminar, siempre dispuestas a bailar y que me aceptaron a pesar de ser una zapatilla diferente. Conocí botas guerrilleras, zapatillas tiradas en la calle, elegantes sandalias y alpargatas indígenas.

Pero un día, sin darme cuenta ni entender porque, me enamoré de un zapato. A mi nunca me han gustado los zapatos, no están hechos para mi. Pero este zapato era tan especial… A zapato le gustaba la forma en que pronunciaba la Z al decir su nombre. Y a mi me gustaba todo de aquel zapato. Me gustaba su cuero desgastado y salvaje, sus suelas de goma y sus cordones raídos. Me gustaban sus plantillas, suavecitas y dulces, y su lengüeta afilada y culta. Pero lo único que yo sabía hacer por ese zapato era decir su nombre para verla sonreír.

A pesar de ello comencé a ir cada día a la zapatería, donde miraba a mi zapato inalcanzable el escaparate que alumbraba con luz propia. Raras veces el zapato se fijaba en mi, pues a su alrededor había demasiados zapatos hermosos listos para hacer pareja con ella. Era imposible que se fijara en una vulgar zapatilla como yo.

Mis costuras empezaron a aflojarse de tanto desamor y mi zapatilla compañera me esperaba al otro lado del mundo. Pero yo no quería regresar, pues me pasaba los días esperando el más mínimo gesto de zapato para dejarlo todo para caminar a su lado.

Pero eso nunca ocurrió. Yo no podía entender porque los zapateros no aceptan que una pareja pueda estar formada por un hermoso zapato y una triste zapatilla.

Con el tiempo, empecé a aceptar que mi vida que mi vida y el mundo no podían cambiar, que los zapatos seguirían siendo zapatos y a las zapatillas nos tocaría conformarnos con encontrar una zapatilla a juego con nosotras pues las piezas deben encajar, y por lo visto a los pies no les gusta tener dos zapatos izquierdos o con cordones del mismo color. Mi destino era el de cualquier otra zapatilla de lona, y no había cabida para zapatos en ella. Tras asumir este hecho, todo comenzó a ser más sencillo, pero también mas triste y gris. Volví a mi mundo de zapatillas homogéneas que se juntaban entre sí para no desconjuntar el par. Yo seguía teniendo a mi zapatilla a juego que me adoraba a pesar de mi melancolía. No es que yo no fuera feliz con él, es que siempre quise saber lo que sería caminar junto a aquel zapato soberbio, aunque solo fuera una vez.

Y todavía, después de tanto tiempo, algunas noches me asomo a la ventana y grito con fuerza su nombre, por si acaso al oírlo vuelve a sonreír para mi.



La soledad

La soledad
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