miércoles, 12 de mayo de 2010

Quemando el diccionario

Quédate tú todas las palabras. 
Son tuyas, te las regalo: yo ya no las quiero. 
Me pesan demasiado en los bolsillos
y se me van cayendo por la calle, 
secas, mustias, huecas. 
Muertas. 
He desechado al verbo, 
al adjetivo, a los nombres y pronombres. 
No tienen ningún significado 
con esta dislexia emocional.
No, ya no me creo a las palabras: 
conspiran, tergiversan, engañan.

Quédate las que se dicen en un susurro 
y las que se escupen al aire a gritos, 
las que se escriben con tinta china 
y las que se sangran a fuego lento. 
Quédate para ti especialmente 
las más bonitas y las más raras, 
las más comunes, las malsonantes, 
las que nunca te dije. 

Haz con ellas lo que quieras. 
Puedes bebértelas a mi salud, 
masticarlas lentamente, 
acariciarlas entre tus manos, 
guardarlas, tirarlas, quemarlas. 
Te regalo también el nombre 
de todos los pecados 
que se me escurren por la piel 
aburridos de que nadie los lea.

Quédate tú las palabras, 
que yo me entiendo mejor con los hechos y con la piel. 
Prefiero usar la lengua con fines distintos al de mancillar vocablos, 
y mis manos no son buenas para escribir, 
prefieren leer en los poros de la piel lentamente 
las cosas realmente importantes, 
todo eso que no se puede escribir, decir 
y ni siquiera callar.

La soledad

La soledad
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