Hay quien dice que la vida es aquello que nos pasa mientras nos empeñamos en hacer otros planes. Yo siempre me he resistido a esa idea, pues en mi opinión viviendo así lo único que se consigue es morir un poquito cada día. Así que yo me empeñaba en creer que si luchaba lo suficiente y lo deseaba de verdad, mis sueños y planes se cumplirian tarde o temprano sin importar cuantos obstáculos me encontrara en el camino.
Pero a veces la obligación de sobrevivir se impone a la necesidad de ser feliz, y esos días me canso de luchar y patalear aferrada a un sueño, así que hoy le he dejado alejarse de nuevo, y mientras lo pierdo de vista siento el vértigo atronador de los segundos muertos que resbalan por mi cuerpo formando ríos de tiempo inerte y días vacíos que conducen directamente a ese mundo real del que con tanto empeño intento escapar en vano, pues ultimamente el país de las Maravillas, Nunca Jamás y Oz han endurecido más que nunca sus políticas de inmigración: la Reina de Corazones ha tapiado la entrada de la madriguera, el Capitán Garfio y sus secuaces controlan el acceso a las estrellas y las baldosas amarillas están plagadas de minas antipersona.
Así que no me queda más remedio que caminar por las calles de siempre, mirando con nostalgia rincones que antes eran refugios coloridos y luminosos, preguntándome si tal vez nunca fueron así, si no habrán estado siempre igual de vacíos y oscuros y lo único que ha cambiado es mi mirada. Me mezclo con el resto de personas grises, sintiendo como el frío y la rutina se van metiendo por la suela de mis zapatos abriéndose paso lenta pero decididamente a través de mis venas, ocupando el hueco que han dejado mis sueños y mis cantos libertarios ahora que soy tan esclava como cualquiera. Al pasar frente a un escaparate, mi reflejo me devuelve una mirada extraña y apagada, y no me queda más remedio que apartar la vista avergonzada ante semejante traición hacia mi misma.
A ratos me rebelo y trato de apuntalar los cimientos de ese mundo que tanto esfuerzo me costó construir, pero no hay cemento suficiente para mantenerlo en pie, y suspiro derrotada mientras se sigue resquebrajando bajo el peso de las palabras "obligación" e "imposible" que tanto les gusta repetir en este mundo que nunca sentí el mio, y sus habitantes poco a poco me van venciendo hasta que terminan convirtiéndome en un engranaje más, haciendome ser parte de todo lo que siempre odié.
Y cuando llega la noche pienso que tal vez sea hora de asumir que se acerca el momento de empezar tener la cabeza sobre los hombros y los pies en la tierra, y empezar (como todos) a morir un poquito cada día.