lunes, 15 de noviembre de 2010

Homenaje a Nunca Jamás

Aunque habían sido vecinos durante dos días, sus caminos no se cruzaron hasta que la lluvia comenzó a inundar sus improvisadas residencias de lona de fin de semana. Cuando todo el mundo había huido a refugiarse de la tormenta, sus miradas se encontraron al fin, y aunque en ese momento no fueran capaces de percibirlo, se reconocieron el uno en el otro, como dos partes de una misma mitad, o tal vez como la misma mitad de una parte que aún a día de hoy siguen buscando. Eran dos niños perdidos que se encontraban en mitad del caos, y si existe el amor a primera vista, aquello fue amistad a primera vista.
Tras las presentaciones de rigor entre ellos y sus acompañantes, decidieron unir fuerzas y construyeron un fuerte en el que refugiarse de la lluvia, y bajo un techo de discutible fiabilidad compartieron las primeras risas entre el humo y la bebida que utilizaron para disimular el frío.
Al caer la noche, aceptaron que su fuerte de juguete no aguantaría mucho más en pie, y tras salvar lo que pudieron se fueron a buscar un lugar donde dormir. Acabaron, al igual que muchos de los que se habían visto sorprendidos por la tormenta aquel día, refugiados en una abarrotada estación de autobuses. Allí, mientras cientos de personas bebían, gritaban e improvisaban un festival bajo techo, ellos dos, acurrucados dentro de un saco de dormir, se desnudaron sin quitarse la ropa, comprobando por primera vez lo mucho que les hacían parecerse sus diferencias y lo fácil que les resultaba adivinar lo que estaba pensando el otro. Sin darse cuenta, aquella noche comenzaron a trazar las primeras lineas del mapa hacia un lugar donde regresarian tantas otras veces, un lugar cuyo emplazamiento no importaba, pues bastaba con tenerse frente a frente para sentirse realmente allí. Como buenos afectados por el síndrome de Peter Pan que eran, con el tiempo decidieron llamar a ese particular refugio "Nunca Jamás".
A la mañana siguiente, sus caminos tomaron direcciones opuestas, y volvieron cada uno a su rutina, intuyendo que de alguna manera lo que habían construido en esas extrañas horas no acababa ahí, si no que aquello era solo el principio. Al fin y al cabo, no todos los días se encuentra a alguien que también haya perdido su sombra y que sueñe con conquistar estrellas.
A pesar del tiempo y la distancia, se convirtieron en confidentes el uno del otro, regresando a Nunca Jamás siempre que el destino se lo permitía. Habían decidido que para ellos cumplir años no significaría crecer, si no simplemente sumar arrugas, pero de esas que salen de reírse alrededor de los ojos y de las comisuras de los labios. Sumar amores y desamores, viajes y recuerdos, y amigos, y lecciones. Sumar sabiduría compartida, y motivos que hicieran que la vida valiera la pena, conscientes de que el tiempo es demasiado valioso para ser desperdiciado, pero que a la vez está demasiado sobrevalorado para ser tan poca cosa.
Y así, consiguieron acumular una amplia gama de pensamientos felices que les provocaran la sonrisa radioactiva necesaria para volar de vez en cuando por encima de las personas ancianas y grises que les rodeaban día a día, para escapar lejos de sus frías y oscuras ciudades y reunirse en su rincón secreto, en ese Nunca Jamás al que se llega simplemente cerrando los ojos, girando en la primera estrella a la derecha, y siguiendo todo recto hasta el amanecer, y que permanecerá ahí para siempre, pues esta historia como toda verdadera amistad no tiene final, si no simplemente una inagotable sucesión de puntos y aparte.

 
(Con la colaboración especial del hombre de la eterna sonrisa)

La soledad

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