sábado, 31 de diciembre de 2011

Hogueras

Hace poco escribí un "poema para cumpleaños, años nuevos y otras fechas poco memorables". Ahí dejaba bien claro que no me importa que sea fin de año, o año nuevo. A veces ni siquiera me importa si es lunes o viernes, las 3 o las 15h. Tengo la extraña manía de que los días se me acumulen o se me escurran los segundos, y además siempre he creído que una de las primeras mentiras de las que nos convencen es la de que ejercemos algún tipo de poder sobre el tiempo. Pura basura propagandista. El tiempo es como la muerte: se pueden elaborar mil teorías sobre ellos, usar cremas antiarrugas y complicados tratamientos que alarguen la vida un mes más, pero al final su voluntad se impone sobre cada uno de nuestros actos. Así que se me hace raro eso de felicitar el año nuevo o darle tanta importancia a 12 segundos al año y no a todos los demás. Aún así, no he podido evitar pensar en este año que según los calendarios se acaba, y en parte empecé a pensar en ello a raíz de leer este texto de Galeano:

"Un hombre del pueblo Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso- reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acercan, se enciende." (El Mundo-Eduardo Galeano)

Pues bien, aunque a estas alturas poco me importe lo de despedir o recibir el año, lo que si me parece importante para no apagarme es pensar en todas las llamas que alumbráis mi vida. Yo también he pensado muchas veces que mi mundo es como un mapa de lucecitas con distinto brillo y a distintas distancias, pero igual de importantes todas ellas. Y es que si quisiera, este año lo podría tirar a la basura, pero en realidad prefiero pensar que ha sido un buen año. Y no solo porque mi mayor aspiración o deseo hace doce meses se haya hecho real en forma de ciudad, y ahora lo de "yo me bajo en Atocha" ya no solo lo cante. Es que aunque a veces desee escapar de sus fauces y sepa que ni ahí voy a durar mucho tiempo, en realidad Madrid es de las mejores cosas que se me ha ocurrido nunca, pero eso es así sobre todo por la cantidad de fuegos que he descubierto y que ahora se suman a la gran y dispersa hoguera que ya calentaba y alumbraba mis pasos. Pero no por estar lejos olvido al resto.

Porque aunque ahora nos separen los kilómetros, para mi el 2011 han sido Antoine y mi hermana, por acogerme en la ciudad en la que nací como si realmente tuviese algo que ver conmigo, y por las cañas, los litros y las discusiones sobre psicología. También Inma por las tardes en el Morrison, y Jesús, por seguir reencontrándose conmigo cuando y donde menos me lo espero. Y Fran, por 1999 y Piedras. Ellxs, con sus llamas, consiguieron darle color y calor a una ciudad que yo me empeñaba en pintar de gris.

También Tete, Nieto y Gato, porque sin ellos no hubiese sido capaz de sobrevivir a Úbeda, y porque no solo sobreviví, si no que, aunque entonces me resistiera a verlo, viví bien. En esto también tuvieron mucho o todo que ver mi madre, Huchas, Ambrosio, Miguel, Ana y Ángela. Por aguantarme después de tantos años, por el vodka de violetas y el rummikub, por seguir aceptando y/o apoyando mis sueños por locos o inalcanzables que sean.

Y claro está, ahí siguen encendidas las llamas que me voy dejando por otras ciudades. Naza, que aunque la vida siga intentando separarnos nunca nos quitará nuestras noches malévolas. O Hanchu, que si bien lo abandoné en Málaga, sabe que no se va a librar de mi tan facilmente. Miry, Paula, Pablo, Rafa o Elena, que ya sea en Granada, en Bilbao o en el etnosur, cada mucho o cada poco, siempre están dispuestos para recordar buenos momentos y crear otros nuevos, porque a veces las hogueras se extinguen con el tiempo, pero estas son duracel.

Este 2011 también descubrí "Txokorga", y aunque estuve poco tiempo, en mi colección de hogueras incorporé a Pasku por Barbarroja y por nombrarme Presidenta Bananera, a Pipo por ser el mejor cuñao del mundo, a la Asun por sus guisos y su buen humor, a la Vane por disfrutar de mis mojitos y a todxs lxs demás por tratarme como a una más.


Y qué decir de Madrid. En Madrid cumplí el sueño de tener Nunca Jamás a la vuelta de la esquina, compartiendo noches y estrellas con mi Peter Pan particular. También descubrí a Rakel, con la que empecé perdiendo moviles para demostrarle que el centro no estaba tan mal y acabé compartiendo la casa, las comidas, las facturas, las noches, las discusiones y mucho más (porque aunque a veces se le olvide, nosotras no somos compañeras de piso).

Y luego llegó el famoso "15M". Aquí la lista se haría infinita. Esos días y noches siempre quedarán en mi memoria, pero esto no sería posible sin las personas con las que los compartí: Ana, que traía el desayuno a la misma hora que Carlota venía a que le dijéramos lo guapa que iba, justo cuando Javi, el Chino, el Gallego y yo nos despertábamos después de una noche marciana. Luego estaba Jaime y sus guardias mañaneras y sus paquetes de ducados, y Diego, experto en reinventar los juegos de cartas, y Sara, la metódica e imprescindible Sara, dispuesta a resolver cualquier duda sobre caballos o extraterrestres (gracias, Sara!). Raboso, boicoteando sus propias propuestas, y Yesi y Sol, paseando sus libros de derecho por toda la plaza, y Juan, especialista en alargar las comisiones de cañas, y Chus con la sonrisa siempre a punto, y Miren y Endika hablando a las masas. Si me lo tomo en serio la lista sería interminable: Paola,Tito, Carmen, Eric, Pepe, Jesús Bueno y Jesús Calpe, Pladul, Clara, Nico, Frede, y porqué no, Juan Grande y Argiro, que tan grandes momentos nos regalaron.

Pero la acampada ya pasó, y entonces es cuando te das cuenta de lo que realmente ganaste. Cuando alguien me pregunta que qué hemos conseguido, siempre me siento tentada a contar lo que he conseguido yo. Porque con el tiempo fui conociendo a Patricia, y ahora siempre que podemos nos compartimos CIES y cañas. También he ganado las degustaciones de vino con el Impertinente, y los cafés, los comunicados y las botellas de Bach con Carlota, y los ratitos con Sara, que por lejos que esté siempre actúa como si estuviera a la vuelta de la esquina. También gano cada vez que vuelvo a ver al Chino, a Sol, a Diego, a Ana, a Chus, a Raboso o al Gallego, porque ya sea en la sierra, un bar o una mani, consiguen alegrarme el día y reinventarme las ganas de seguir. Como Jaime y Mar, que aunque los vea poco, siempre me aportan algo nuevo y sobre todo algo bueno. Y Juan, que entre anisakis, etnosur y canciones lolailos se ha ido colando en mi vida poco a poco. Gracias a todxs por regalarme vuestra solidaridad, vuestra sabiduría y vuestra fuerza.

Los dichos populares a veces aciertan, y en este caso aplico el de "los últimos serán los primeros". Porque "indignándome" también gané a Pau, a mi boluda, que va a terminar el año a un océano de distancia, pero que sabe que ha marcado en gran medida el mio. Por las conversaciones existencialistas de cronopia esteparia, por el viaje al sur, por viajar sin movernos de casa, por sus bolsos en el salón y las borracheras tangueras. Por no dejarnos a Rakel y a mi en un burdel anarkista, que en los escritos oficiales queda mucho mejor BAB que BA. Y porque no somos ni una, ni dos, ni tres, si no tres.

Y hablando del BAB, son muchxs lxs que han pasado y seguirán pasando por él a mantener viva la llama. Manu, siempre dispuesto a limpiar después de las fiestas con las mejores bandas sonoras, y Porch, que capea igual de bien las bacanales que las resacas. El vecino, cuarto miembro desde el primer día, y Raúl, que es capaz de iluminar y darle la vuelta al rincón más oscuro del mundo. Inés, por ser la chica sexy por excelencia, y Manolo, que acabó convirtiéndose en okupa VIP, y Félix, que ha demostrado tener buen oído no solo para la guitarra si no también para las conversaciones automovilisticas. Si intento recordar todas las personas y momentos que forman parte del BAB no acabaría nunca, es una hoguera demasiado viva y dinámica, y que espero que permanezca mucho tiempo encendida.

Puede parecer excesivamente largo, pero que este recuento sea largo y aún así se quede corto y saber que seguro que me olvido a muchas personas y momentos es lo que me hace ser capaz de levantarme mañana y de transformar mis ganas de destruir y romper con todo en ganas de seguir construyendo. Porque también ha habido llamas que se han apagado o fuegos que resultaron ser de cartón piedra, y por supuesto no han faltado quienes se empeñaban en intentar apagar cualquier chispa de vida. De esos tampoco me olvido, pero los dejo en un lugar secundario. Lxs importantes sois vosotrxs, y por ello quiero daros las gracias, y si tengo que pedir algo a los próximos doce meses es que por muchas primas de riesgo y por muchos problemas que soplen, vuestra hoguera siga ardiendo con fuerza y empeño, pues vuestro fuego es el que alimenta el mio, y yo quiero seguir quemando días y noches con vostrxs muchos años más.

jueves, 15 de diciembre de 2011

La felicidad es dejar que el ramen te gotee por la barbilla

Pasadomañana el consejo de sabias
decretará si iniciar la hoguera de los calcetines
o ahogarse pausadamente en un vaso sin hielo.
O a lo peor regamos las macetas con un poco de salmiaki.
Pun, pun, pun, pun! Pank!
Te lo eructo a la cara, con premeditación y dadaismo:
comienzo a estar harta de tus macarrones con tomate,
y los demás pasajeros del vagón se quedan,
boquiabiertos y expectantes,
esperando el climax que nunca llega.


(Intento de poema surrealista)

miércoles, 30 de noviembre de 2011

POEMA PARA CUMPLEAÑOS, AÑOS NUEVOS Y OTRAS FECHAS POCO MEMORABLES

Siempre hay un día crucial, no importa que sea lunes o sábado,
en el que todo adquiere una trascendencia brutal e inaudita,
y serías capaz de arrancarle los ojos a alguien
por afirmar que la ciencia es superior a todas las cosas
y que un racionalista más es un autómata menos.

Ese día puede que te asuste la posibilidad de llegar al punto
en que las noches de pasión den paso a las caricias por compasión,
y decidirás que no sabes si quieres estar ahí para comprobar
que tu vida es igual que la de esa cafetera vieja que nadie se atreve a reemplazar
porque una muerte natural más es un suicidio ejemplar menos.

Ese día tu reflejo representará un poco más todo lo que siempre odiaste,
y no sabes si es alivio o desidia lo que sientes al asumir del todo
que si el conformismo aumenta disminuye en proporción igual e inversa tu grado de frustración.
Tal vez eso es lo que significa hacerse viejo:
ser cada vez más consciente de ti mismo y quererte cada vez un poco menos.

Ese día podrá ser un día cualquiera excepto por tu pintalabios favorito,
pues harás del pintalabios una metáfora de todas las cosas buenas de la vida,
que cuanto más te gustan antes se acaban,
y que querer conseguirlas de nuevo significa descubrir ipso facto que ya no se fabrican
y que usarlas una vez más significa poder usarlas después una vez menos.

Por una vez, aunque solo sea un día, no buscarás que nadie te arranque la ropa,
será suficiente con que te besen un poco las penas
aunque no sepan de qué color son tus insomnios,
y te bastará con que la resaca no venga acompañada de remordimientos
y te consolarás pensando que una noche a solas más es también una noche absurda menos.

Sin duda ese día harás inevitablemente un balance,
analizarás encarnecidamente tus logros y fracasos hasta la fecha,
y sentirás ese vértigo que suele preceder a la decepción
mientras oyes sin escuchar que las comparaciones son odiosas
y que al menos no eres una más, pero eso solo significa que eres una menos.

Si, créeme, ese día no esperas nada del futuro
porque las posibilidades de un futuro mejor
son exactamente las mismas que las de un futuro de mierda,
y te contentas con que el lobo estepario no asesine del todo al cronopio
y con que un ladrillo en la tierra más no suponga un castillo en el aire menos.

Si, este día brindaremos, seremos supuestamente felices
por ser capaces de resignarnos a ser solo moderadamente infelices,
alzaremos nuestras voces y nuestras copas por un supuesto año más,
aunque todos sepamos que la vida en realidad es solo una cuenta atrás
y que un año más es, como mucho, simplemente un año menos.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Bienaventurados los ignorantes (soneto)

Si yo fuera una persona ficticia
mi vida llenaría el conformismo.
Me doblegaría al bipartidismo
y sería feliz en la ignorancia.

Y así creer que la ley es justicia,
inútil y extremista el feminismo,
de rusos y absurdos el comunismo,
que mejor que gobierne la avaricia.

No sabría lo que es ser nihilista
pero sería de cualquier religión
y aspiraría solo al matrimonio.

Posiblemente sería clasista,
y me creería a la televisión.
Si fuera así ya no tendría insomnio.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Mancillando a Cernuda

Donde los ecos de mi voz
Se deshagan sin más entre acordes infinitos
Y ya solo queden sombras chinas
En aquella caverna que ahora
Pretenden convertir en balneario.

Donde las constelaciones se disuelvan
Mientras los cuerpos se separan perdidos
Sin la guía de aquel mapa de exploradores de pecados.

En ese rincón oscuro donde los sueños dan paso a la realidad
Y el amor ya no es más que una escusa
Para afrontar mejor los impuestos
Y sobrevivir atontados a las tediosas tardes de domingo.

Allí donde ya ni siquiera seamos el tiempo que nos queda
Porque el tiempo esté sometido
A los caprichos de las agujas de un reloj cualquiera.

Donde besos y versos no sean más que fruto de rutinas,
Y la locura de aquellas madrugadas
Tenga el amargo sabor de un recuerdo impertinente;
Donde la libertad ya ni se luche ni se sueñe,
Disuelta en palabrería panfletaria,
Ausente de la realidad como lo están los sueños.

Allí donde todo sea tan lógico
Que ya nada tenga sentido.


miércoles, 26 de octubre de 2011

Involución

Ayer la libertad y la esperanza del inocente,
del que se deja llevar y guiar
y no siente miedo al jugar con fuego.
Ayer, el juego.

Hoy la lucha, la frustración y la duda,
la búsqueda del que conoce el miedo a quemarse
mientras se resiste a asimilar la doctrina.
Hoy, la rutina.

Mañana el anillo, la hipoteca y los niños,
la apatía quemada del que ya ni cree ni lucha
y se deja sin más arrastrar por la corriente.
Mañana: la muerte.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Coffee and cigarettes

Un bostezo, un sorbo al tercer café del día
y una calada al enésimo cigarrillo.
Lo apoyo en el cenicero, absurdo cementerio de colillas,
y observo entre el humo que surge de mis labios
el contraste entre la limpieza y colorido exterior
y el grisáceo desorden que se acumula en su interior.
El gris me recuerda a ti.
Estarás tomando el té de las cinco
o caminando bajo un paraguas entre la incesante lluvia.
Aquí hace tiempo que no llueve,
y yo odio los paraguas.

Otra calada y de repente, entre las colillas,
un papelito arrugado en el que podría haber escrito
una pregunta como "¿volverás?"
o un ruego como "no te vayas".
Pero no. Solo alberga el número de teléfono
de otro a quien no pienso volver a llamar.
Prefiero atesorar calcetines sin pareja
que llamar a alguien que no se los quita
cuando el resto de la ropa vuela por el cuarto.
A gente como esa no sé prepararle café por las mañanas
ni buscarla de noche entre la suciedad del cenicero.

Aspiro el humo ayudando así al cigarrillo
a convertirse en una colilla más
para unirse a sus hermanas en el cenicero.
La mayoría son, como esta, solitarias y nostálgicas,
consumidas en horas de absurda apatía.
Me fascina la variedad de cadáveres:
unos aplastados casi enteros,
otros consumidos hasta el filtro
o manchados de pintalabios rojobuscoguerra.
Cigarrillos rubios, de liar, de yerba, de hachís, de tristeza.
Extrañamente yacen ahora en caótica igualdad,
entre los retazos de historias que se van marchitando
con el paso de las horas, el café y el humo.

Apuro el tercer café y apago el enésimo cigarrillo;
cojo el cenicero, abro el cubo de basura
y deposito dentro todo su contenido de colillas,
ceniza, papelitos y recuerdos,
segura de que así conseguiré espantarte de mi mente.
Acto seguido me arrepiento de desecharte tan pronto,
y me veo tentada a buscarte entre la basura,
por si aún estás ahí, por si vuelves algún día.
Pero los ceniceros son para la ceniza,
así que aunque lo vacíe una y mil veces
no conseguiré deshacerme de tu recuerdo
camuflado entre el humo y los posos del café.

domingo, 14 de agosto de 2011

Efecto Placebo

Últimamente, aunque en apariencia todo sigue igual siento que algo fundamental ha cambiado. Ya casi nunca eres el primer pensamiento del día, he decidido acostumbrarme a desayunar una sonrisa, radiante o fingida,  con o sin motivos. Si me acuerdo de ti, finjo que eres una historia que un amigo me contó que le había pasado al vecino de su primo, o te espanto a manotazos como a un molesto mosquito. 

Y ya no te llamo más, y tus llamadas me resbalan con más facilidad cada día. El traje de sumisa espectante se me ha quedado grande y lo he cambiado por un vestido de indiferencia, que si bien es más incomodo me sienta mejor. 

Qué le vamos a hacer, tarde o temprano tenía que dejar de amar al malo del cuento y dejarme querer fugazmente por trovadores extranjeros que prometan abrazarme por las noches y olvidarme nada más zarpar su barco de vapor. 

Así que ya ves, a base de morir por ti tantos días he aprendido a esquivar de memoria todas las minas que yo misma sembré en mi camino, y no negaré que todavía de vez en cuando doy un traspiés, pero disimulo orgullosa y sigo avanzando, aunque sea a base de engañarme y acabar creyéndome del todo mi propia e idílica mentira.

martes, 9 de agosto de 2011

El corazón es un cazador solitario

Cuando no estaban juntos se buscaban sin querer como gatos callejeros, olfateándose las ganas por todas las esquinas de la ciudad hasta que finalmente se encontraban por arte de magia en andenes opuestos de estaciones de metro por las que nunca pasaban, en plazas desiertas o en bares abarrotados de gente. Entonces se sonreían complices con alivio mal disimulado, y reiniciaban un cortejo carente de flores y versos manoseados. Se acodaban en la barra de algún bar a emborracharse un poco más las ganas, a hablarse con miradas de esas que sobrevuelan las palabras y las vuelven inútiles, o se dedicaban a contar las estrellas de su rincón con los ojitos brillantes y las manos impacientes, hasta que finalmente se les llenaban los dedos de caricias, los recovecos de impaciencia y los labios de mordiscos traviesos y gemidos ahogados. Entonces sobraba la ropa y revolvían las sábanas de la cama más cercana explorándose como si fuera la primera vez pero con la astucia de quién sabe el punto exacto que tocar para que todas las células del otro se llenen de electricidad. Los cuerpos se dejaban  llevar por aquella danza ancestral y salvaje al compas del calor y el sudor, piano primero, in crescendo, arriba y abajo, del derecho y del revés, inventando humedas piruetas, rotando el campo de batalla del suelo hasta el techo, aprisionados contra la pared, dibujandose los deseos con las uñas, ensalibándose los sueños, aguantando un poco más hasta que el orgasmo atravesaba todos sus órganos como un relámpago  que los alejaba al uno del otro, dejándolos pegados y quietos, cada uno envuelto por la soledad infinita que sigue al último estallido de placer rodeados por un paisaje borroso, recuperando la respiración y el ritmo cardiaco lentamente, hasta que se separaban sus cuerpos y una risa suave les hacía recuperar la conciencia, y se enroscaban de nuevo, tranquilos ahora, lamiendose las heridas que no compartían y meciendose suavecito hasta que el sueño les alcanzaba, conscientes de que al día siguiente amanecerían solos, sin saber cuando o dónde sería el próximo encuentro. No importaba. La suya era una de esas historias sin principio ni fin, sin reglas ni compromiso, sin secretos ni verdades, una historia básica, sencilla, imposible por ser demasiado perfecta, perfecta por ser completamente imposible.

miércoles, 13 de julio de 2011

Carta a todas tus catástrofes

Querido Iñigo:

   Te escribo esta nueva carta a sabiendas que al igual que la anterior no verá la luz de tus ojos. Sé que si fuera así, calificarías esta primera frase de burda y manoseada, de recurso literario barato. Supongo que es reconfortante saber que las palabras que te dedico no llegarán a ser sometidas a tus implacables y altivos juicios. Aunque en el fondo (y esto que quede entre tú y yo) me gustaría que así fuera. 

   Y es que a veces creo que me empeño en perder, que siempre que puedo elijo fracasar. Es como si sabotease las batallas en mi contra una y otra vez, enredándome con el primero que sé que puede destrozarme y que prometa dejarme a la altura del betún. ¿Por qué si no iba a elegirte a ti como mi último contrincante? ¿Quién mejor que tú podría haberme hecho morder el polvo de una manera tan patética? Si, esta vez sé que elegí bien.

   Solo tú tendrías la osadía de reprocharme que te inventara mil nombres para no enfrentarme a tus ojos acusadores, y no me creíste cuando te dije que el único nombre que te dedico ahora es el de Cobarde. Te irrita mi risa incrédula y me acusas a mi de tu cobardía perversa, esquivando mis preguntas con tus vueltas pasadas de tuerca al más puro estilo Perry Mason. Cuando te presenté en bandeja de plata mi rendición no te pareció suficiente con una retirada. Me negaste tozudo la anhelada tregua y continuaste lanzando ataques mientras yo agitaba agotada mi aburrida bandera blanca, la que me cosí a base de pequeñas derrotas para cuando llegase el día de la gran lucha, el de la batalla final.

   Cuando comprobaste que ya no quedaba nada alrededor que destruir bajaste la guardia con tu astucia felina, y me ronroneaste que mejor dejarlo así, que no querías pelear más. Yo te miré en silencio y fingí que no me importaba perder y que por la mañana todo estaría olvidado. Pero al amanecer descubriste que por primera vez no había reconstruido las ruinas, que esta vez no iba a haber una revancha.

   Y cuando tus disparos al aire no encontraron más mi cuerpo y descubriste que al final me habías perdido, sentí por una vez que esa batalla la había ganado (o que al menos quedé como la más digna perdedora). Qué se le va a hacer, me han vuelto a crecer el orgullo, el amor propio, la dignidad, qué sé yo. Pero me dan ganas de mandar todo eso a la mierda solo por volver a sentir esos disparos que con tanto empeño alejé de mi.

   Si, lo reconozco: cuanto más recuerdo los motivos que me impulsaron a alejarme de ti, más ganas tengo de volver a tu lado. Cuando intento echarte de más, acabo echándote de menos hasta rabiar. Pero eso sí, reconoce que me está saliendo bien, que estoy consiguiendo mantenerme bien alejada de ti y de no hacer que caiga el muro de silencio que yo solita he levantado a base de darme cabezazos contra la pared y de huir a la otra punta del país. Creo que mi mayor victoria hasta la fecha es que el primer intento infructuoso de derribarlo haya sido tuyo. O mi menor derrota, ya que a duras penas ignoré tu ataque y pude parchear las grietas que provocaste.

   Así que para no encontrarme con tu norte al torcer cualquier esquina me he escapado al sur. Al sur, sí, porque aquí el aire es más puro y huele menos a mentira. Aquí la ciudad me saluda con aromas de noche y las baldosas sonríen si se me levanta la falda. Los bares y la música disipan tus miradas, y viejos amigos me lamen las heridas. Por suerte aquí nadie me baila el agua, así que me es más fácil olvidarme de beberme los mares por ti. Y si tú estuvieras aquí...

   Si tú estuvieras aquí lo vestirías todo de tu color gris. Y tal vez eso haría que los colores me parecieran más brillantes. Pero para bien o para mal, tú estás demasiado al norte como para tocarme el sur. Así que no importa si cuando son otras manos las que me tocan yo solo pienso que estarán tocando las tuyas, o si cuando me tomo un chupito de despecho brinde en silencio porque a ti se te atraganten tus tragos de pedantería. Me da exactamente igual que todos los donjuanes trasnochados que conozco solo me recuerden que nunca se podrán comparar contigo, y que las peores canciones del mundo se parezcan tanto a nuestra historia.

   Supongo que por hoy es suficiente. Supongo que es suficiente en general, que lo mejor será no volver a escribirte si no voy a intentar que me leas, y que tendré que seguir esperando a que llegue el día en que ya no te espere nada, aunque mientras cada día solo espere una nueva batalla contigo.

   Y por si te quedan dudas, esto no es un ultimátum. Ya no habrá más ultimátum, desaprovechaste el último y colmaste mi paciencia. Esto es solo un recordatorio de que me has perdido, y de que aunque en mi fuero interno no desee otra cosa, espero que no vuelvas a encontrarme.

   Escasamente tuya,

   Lucía

  P.D. Ya no habrá más postdatas. Esto es (o debería ser) un rotundo punto y final.

miércoles, 22 de junio de 2011

Guerra fria

  Querido Iñigo:

   Estoy sentada en nuestra mesa del bar de la esquina y no he podido resistir el deseo de escribirte. ¿Te acuerdas? Aquella mesa en la que nos contamos las primeras mentiras mirándonos a los ojos mientras tomábamos un té para intentar alejar el frío que nos había calado los huesos una de tantas noches durmiendo al raso. Era temprano. El mundo que nos rodeaba era caótico y en cierto modo surrealista, y para colmo hacia pocas horas que era capaz de recordar tu nombre. Pero a pesar de todo, en ese momento pensé que no me apetecía estar en otra parte (y yo casi siempre prefiero estar en otra parte), así que dejé de escucharte para concentrarme en tu sonrisa o en la manera en la que mirabas distraido a tu alrededor de vez en cuando.

   Ahora estoy sola en el mismo lugar, pensando en todo esto con la única compañía de mi tercer café del día y el libro que no consigo terminar de leer por haber cogido la manía de buscarte entre las lineas. El camarero vejete, aquel tan simpático del bigote, me mira con indulgencia. Creo que le resulta raro verme sola, y que le doy un poco de pena. O tal vez no.

   Al otro lado de la mesa, tu silla intacta está llena de vacío, interrumpido solamente por una mosca adormecida que se posa sobre ella de vez en cuando, y por tanto nadie disfruta de las vistas que ofrece la gran cristalera desde ese ángulo. Me siento tentada a ocuparla yo e intentar comprender porqué la elegiste como tuya aquel día. Tal vez si descifrara ese misterio podría entender todo lo demás. Podría quizás comprender de golpe a dónde vas cuando desapareces durante horas, o qué piensas cuando me miras sombrío y silencioso, o qué sientes cada vez que parece que va a materializarse al fin un beso entre nosotros.

   Pero una vez más me acobardo y me quedo quieta donde estoy, imaginando que estoy contigo una mañana hace un mes, una mañana en que las cosas funcionaban y yo creía entenderlo todo. Porque ahora no entiendo nada, y solo puedo achacar los últimos acontecimientos a la pura alquimia, pues las transformaciones que se han producido en todo lo que nos unía no han seguido ningún cauce lógico ni ordenado. Si, solo puedo pensar en magia, alquimia, fatal casualidad. Yo qué sé. 

   Lo único que sé es que las trincheras que antes levantábamos juntos para alejar la guerra exterior ahora se han tornado en trincheras individuales desde las que cada uno se protege de los ataques del otro en nuestra propia guerra fría. Tan fría que las palabras se me congelan en la garganta y los roces inintencionados ya no me provocan un escalofrío de excitación, si no de rencor y miedo.

   Vale, sé que de vez en cuando nuestros dedos y nuestros ojos inician un intento de tregua, pero reconoce que finalmente y sin razón nuestros labios contraatacan con dureza y la lucha se reinicia con crueldad renovada. ¿Porqué? Maldita sea, yo solo quiero volver a encontrar el destello de dulzura con el que miraste al despertar aquella mañana, y poder volver atrás en el tiempo y comerte a besos. Eso es lo que debería haber hecho, y me aterra pensar que ya es tarde.

   Pero yo también tengo mi orgullo, y voy a empezar a ponerlo sobre la mesa. No tomes esto como una amenaza, se trata de una simple advertencia.

Nos vemos en la próxima batalla.

Infielmente tuya,

Lucía

P.D. A pesar de todo lo anterior, he de decir que prefiero una guerra contigo que mil noches de tregua sin tí.

jueves, 5 de mayo de 2011

Pongamos que hablo...

   Siempre he tenido la sensación infantil y surrealista de que las ciudades no existen hasta que uno no vive en ellas, hasta que yo no vivo en ellas. Es como si todo aquello que yo aún no he visto no existiera, como si solo fuera un concepto abstracto, algo que yo tengo que ir y construir, dibujar, descubrir. Cuando llego a una ciudad comienzo a sentir que dibujo sus calles. Primero voy haciendo pequeños bocetos, incompletos y no demasiado fieles a la realidad. Cuando comienzo a conocer una zona, es como si añadiese detalles, modificase tamaños y perspectivas y añadiese poco a poco colores. De este modo, las ciudades se van convirtiendo en un dibujo caótico, variopinto e inconcluso, con grandes huecos que tal vez queden vacíos para siempre. Y para poder componer un buen dibujo no basta con un fin de semana de turismo o un mes de vacaciones. Las ciudades hay que vivirlas y dejarse morir un poquito en ellas, rellenar tantos huecos como nos sea posible, con cuantos más colores y detalles mejor.
    Es por eso que no importa cuantas veces pase por una calle o una plaza que me llamara la atención el primer día, siempre pongo la misma cara de sorpresa y observo todos los detalles, qué ha cambiado y qué se mantiene como lo recuerdo. Me gusta ver los mismos sitios en distintas situaciones: con lluvia o sol, de día y de noche, abarrotados de gente y fantasmagóricamente vacíos. Así, siento que cada vez que los miro es como si fuera la primera vez, y así me ahorro el disgusto de dejar de sorprenderme algún día cada vez que doble una esquina.
    Ya en su día me pasó con Granada, con Bogotá, Almería, Málaga e incluso Jaén. Y ahora, de repente, aterrizo en Madrid, la gran urbe, el sublime lienzo en blanco con el que llevo soñando tantos meses. Y por más que yo quiero, esta ciudad parece empeñada en no dejarme dibujarla. Cuando creo que sé dónde estoy, me doy cuenta de que es la primera vez que piso esa acera. Si me encuentro perdida, al torcer una calle me doy cuenta de que vuelvo a estar en el centro de todo, siempre con la sensación de que solo sé orientarme bajo tierra, y a veces ni con esas.
    Para mi, Madrid es caminar por la Latina sin saber que delimita con tantos otros sitios que ya conozco que me asusto al encontrarme de repente en la Plaza Mayor. Comprobar que desde Gran Vía salen tantas calles que dan a otras calles que desembocan en tantas otras que tal vez nunca pueda recorrerlas todas. Es querer volver a aquel bar o aquella tienda que me llamaron la atención y no recordar ni siquiera en qué barrio los vi. Y seguir buscando, y encontrar en el camino muchos otros, y dudar si el tipo al que veo todos los días en el metro es el mismo tipo o si simplemente son muchos tipos igual de grises y de vulgares. Es echar de menos otras ciudades en las que nunca he vivido y encontrar reflejos de otras que nunca he dejado de echar de menos.
    Madrid es dibujar y borrar una y mil veces, comenzar haciendo un bosquejo diminuto de Vallekas, el Carmen y Malasaña e ir salteando el gigantesco lienzo con motitas de lugares desordenados geograficamente, mezclando nombres y calles en un galimatias donde todo el mundo cabe y donde casi todo es posible. Y como casi todo es posible, no pierdo la esperanza de algún día y con el tiempo suficiente, saber dibujarme a mi también “aquí, en Madrid”. 


martes, 15 de marzo de 2011

Miss Carrusel

     La tercera vez que el portero rompió el silencio de aquella mañana de domingo, abrió los ojos completamente despierto y una sola idea cruzó por su cabeza: Lucia. Nadie más tocaría de aquella forma tan insistente al timbre un domingo a las ocho de la mañana mientras el cielo se derramaba con aquella furia sobre las calles desiertas. Se asomó al balcón y allí estaba, encogida en el portal con la cabeza gacha, seguramente cansada de mirar hacia arriba buscándole. En ese momento se le antojó más pequeña que nunca. Le silbó y le lanzó las llaves, y como de costumbre ella no consiguió cogerlas y cayeron al suelo, peligrosamente cerca de una alcantarilla.

    Cuando llegó a la puerta del piso él ya la esperaba con una toalla en las manos. Lucía le dedicó una mirada enrojecida y dilatada e intentó sin éxito devolverle la sonrisa. Se sentó a su lado en el sofá, y tras unos segundos de tenso silencio se decidió a hablar.

- Supongo que no vas a contarme qué te ha pasado o porqué estás aquí.- Intentó sonar a reproche, pero entre sus palabras se coló una nota de ternura que ella supo aprovechar enseguida.

- Sabes que lo haré mañana, o cuando yo misma lo entienda, pero ahora no puedo. Por favor...

    Sabía que era inútil intentar convencerla de que ya era mañana, así que fue a la cocina a calentar un par de cafés, y la escuchó trastear en el salón. Bob Dylan fue la clave para terminar de convencerle de que esta vez estaba realmente jodida, y que posiblemente aún galopara por su sangre algo de la mierda que se hubiera metido la noche anterior.

    Le puso el café delante mientras ella terminaba de liarse un cigarrillo.

- ¿Azúcar?

- Si, por favor. Y si tuvieras un poquito de vodka...-Dijo aquello con esa voz juguetona que usaba cuando intentaba convencerle de algo.

-¿Te vale ginebra?

- Sabes que odio la ginebra, pero haré una excepción. La ocasión lo merece.

     Fumaron en silencio mientras daban sorbitos a sus asquerosos cafés recalentados y empapados en beefeater.

-Lo siento- soltó ella de pronto.

-¿Porqué?- Lo preguntó realmente sorprendido, pues no estaba acostumbrado a escuchar aquellas palabras salir de su boca excepto las mañanas de resaca cuando recordaba los destrozos de la noche anterior. Y sin duda a ella aún le faltaban unas cuantas horas para llegar a la resaca.

-No lo sé, por todo, supongo. Es como si jodiera todo lo que toco, ¿sabes?- Le miró fijamente a los ojos, clavandole toda su loca lucidez en el fondo de las pupilas.- Como si nada bueno pudiera florecer cerca de mi y al final todos los que se me acercan acabaran tan jodidos como yo, o si son lo suficientemente listos, dejandome tirada cuando descubren a qué se enfrentan. Joder, yo qué sé, lo siento por venir aquí trayendote toda mi mierda después de tanto tiempo.

- Sabes que no hace falta que pidas perdón por eso.- Le respondió casi en un susurro, sin atreverse a mirarla.

-¿Y qué más da lo que haga falta? A mi me hace falta- estaba empezando a alzar la voz peligrosamente.-Estoy aquí y te pido perdón por eso y por todo. Le pido perdón a todo el mundo, por estar viva, o por no saber vivir de otra forma o lo que sea. Supongo que en resumen lo que quiero decir es perdón por existir.

-¿Nunca cambiarás verdad? Siempre tan trágica y tan radical y tan autodestructiva. Pues muy bien.-Ahora era él quien alzaba la voz y la miraba fijamente a los ojos.- Si tú tienes derecho a pedir perdón por existir, yo también tengo derecho a darte las gracias por ello. No voy a negar que tienes mil defectos, ni que eres un desastre y que tienes un especial magnetismo para los problemas, los cuales para colmo no se te da demasiado bien solucionar. Pero a pesar de ello, también puedes ser un soplo de vida de vez en cuando, una chispita de surrealismo en medio de esta realidad tan gris, ese toque de locura que nos hace falta para no volvernos completamente locos. Así que aunque tú te odies por ello, yo te doy las gracias por existir, y ni se te ocurra rechistarme.

    Lucía le miró con los ojos llenos de lágrimas y no fue capaz de replicar nada. Él la cogió en brazos (aquello siempre conseguía hacerla reír, incluso en ese momento) y la llevó hasta su cama para tumbarse a su lado y abrazarla como siempre por encima de la ropa e intentar espantar sus pesadillas durante unas horas.

   Sabía que cuando despertara fingiría que todo era perfectamente normal para evitar dar explicaciones, y que después de ducharse le convencería para que bajara a la tienda de la esquina a comprar cerveza mientras le preparaba alguno de sus experimentos culinarios. Después se empeñaría en volver a ver el mago de oz o desayuno con diamantes y se dormiría con la cabeza apoyada en su hombro mientras él se tragaba solo aquellas historias ñoñas y pasadas de moda que ya se sabía casi de memoria.

    Al caer la noche se pondría su viejo abrigo y se despediría con un solo beso en la mejilla izquierda, sin prometer volver pronto o llamar al día siguiente. Y se iría de nuevo a girar alrededor de ejes equivocados, subiendo y bajando como un carrusel. Y él la echaría de menos de vez en cuando, hasta que se rompiera del todo de nuevo y no encontrara a otro capaz de hacer lo imposible por ponerle una sonrisa.

    Y de nuevo intentaría odiarla un poco por dejar trás de si la certeza de que por mucho tiempo que pasara, él seguiría esperandola en cualquier andén al que fuera a descarrilar.

lunes, 7 de marzo de 2011

Me sobran los motivos

De un tiempo a esta parte, encontrar motivos para tenerte en mi vida resultaba imposible la mayoría de las veces, pero en el otro lado de la balanza no faltaban razones para cerrarte las puertas de mi mundo de una vez por todas. Así que he de decirte que aunque tú seguramente no lo entiendas, tu gran broma final no ha sido la gota que ha colmado el vaso, pues el vaso se colmó hace tiempo. Esta vez  lo has estrellado contra el suelo haciendo estallar los pocos lazos que nos unían en mil pedazos.

Has tenido tantos ultimátum y tantos avisos que esta vez no hay vuelta atrás. Me costó tiempo aceptar que realmente soy lo mejor que te ha pasado en la vida, pero ahora soy tan consciente de ello como tú, y espero que comprendas que has perdido a la persona que más ha hecho por ti y que mejor te ha tratado nunca. No negaré que en ocasiones yo también te he hecho daño, ni me las voy a dar de santa, pero si puedo decir que realmente he intentado una y mil veces hacer tu vida mejor y ayudarte a ser feliz, incluso cuando era consciente de que merecías que mis acciones se orientaran a un fin completamente opuesto. Así que ahora me he propuesto desterrar de mi vocabulario las palabras compasión, perdón y olvido. No es un propósito fácil, pero me mueve una fuerza superior al amor propio o el orgullo, y es que esto no lo hago solo por mi. Si hoy grito "basta" hasta perder la voz, es en honor a mi género, a todas las mujeres que no han sido o no serán capaces de hacerlo y terminarán siendo victimas de algún monstruo demasiado cobarde para enfrentarse a su vida sin  destrozar la de otro. Yo ya he sido por ti muchas cosas que me juré no ser, pero el de víctima es un rol que no pienso asimilar, ni por ti ni por nadie.

Ya te he dicho mil veces que nunca te he pertenecido, pero quiero volver a hacerte notar que mi cuerpo solo me pertenece a mi, y que pienso compartirlo con quien me apetezca, y que muchas manos van a pasar por él, pero las tuyas nunca volverán a rozarme la piel, y mucho menos de la manera en la que intentaste hacerlo esta última vez. 

Lo único que me queda por decir es que si quieres que muchos sigamos considerandote no un hombre, si no un ser humano,  y que si de verdad quieres que me crea que alguna vez me has querido, déjame. No quiero más palabras, escusas ni lo sientos, pues no hay ni habrá nunca una justificación para lo que has hecho. Así que por favor, sigue con tu vida y dejame a mi hacer lo mismo, que no merece la pena acumular tanto odio ni rencor. Por una vez se valiente y enfrenta a la realidad, sigue tu camino sin apoyarte en mi, que apenas me quedan fuerzas para sostenerme yo, pero tengo muchas cosas que vivir y muchos mundos que recorrer, así que a partir de ahora la única felicidad de la que me pienso responsabilizar es de la mía propia.




lunes, 21 de febrero de 2011

La ciudad nunca duerme

   Apareció sin avisar, con la sonrisa moribunda y los ojos llenos de restos de amor mal disimulado, pero nadie hizo preguntas. No hubiera servido de nada, tenía la manía de inventarse las respuestas o darlas cuando ya era demasiado tarde. Tenía las manos expectantes y los pies impacientes, y siempre andaba buscando a alguien que la acompañara sin motivos por sus altibajos y sus esquinas manchadas de pintalabios. Se había puesto para la ocasión un disfraz de cotidianidad que no conseguía ocultar del todo lo insólito de las horas y la fragilidad de sus cuentos, pero nadie se atrevía a sacarla de su elaborada fantasía porque pasear con ella por aquellas calles era como llevar a un niño a un parque de atracciones y regalarle globos solo para soltarlos y ver como se alejan alto en el cielo.
   Ella era capaz de amar cosas que los demás odiaban o de descubrir otras que nunca habían visto. Podía encontrar melodías en los pitidos, los derrapes y los acelerones del incesante trafico del centro, armonía en el caos de los viajes subterráneos, colores variados y brillantes brotando del asfalto. Le gustaba pensar que cada segundo y sin que ellos fueran conscientes, miles de personas a su alrededor buscaban un cerrajero, discutían, lloraban de alegría o reían sus soledades, se perdían, se odiaban, se gemían.
    Veía la ciudad como un ser vivo que respiraba, vibraba y se movía bajo sus pies al son de millones de latidos. Les hablaba de todo esto y les dedicaba una de sus risas rojas, y decidía que ya era hora de empezar a beber y perderse por la noche persiguiendo sueños inalcanzables mientras dejaba escapar a otros solo porque los tenía demasiado cerca de las manos.
   Había vuelto para recuperar la sombra y la sonrisa, pues comprendió que aunque no siempre pudiera vivir en uno de sus cuentos ese no era motivo suficiente para desterrar su ilusión y sus ganas, así que al final, entre resignada y optimista guardó todo eso en la mochila y se marchó sin echar la vista atrás más que el tiempo necesario para despedirse de esa sonrisa radioactiva que siempre se reflejaba en la suya.
   Y mientras se alejaba de nuevo, la ciudad le lloró un poquito, pues sabía que era una amante incondicional pero efímera, y que tras de si dejaba la duda de si algún día podrían volver a amarse sin plazos ni reparos y dejar por fin que sus corazones se fundieran en un solo latido masivo de sangre y hormigon.

sábado, 12 de febrero de 2011

La chispa adecuada

Me sorprendo un día más buscándote en las huellas que dejé en ti, pero las has borrado tan minuciosamente que comienzo a dudar de si alguna vez volveré a encontrarme.

Tu cobardía se ha comido poco a poco las migas de pan que tontamente fui tirando por el camino que hay entre tu cuerpo y el mío, y ahora la distancia que nos separa es tan vasta que el vértigo no me deja asomarme a tus hombros y a tu ombligo.

Pero aún así sigo buscándote desde lejos, maldiciendote por hacerme merecedora de mis propias maldiciones de gitana vieja.

Hago un amasijo con los días que pasé sin ti, con las palabras que me vendiste y las que quise regalarte y con todas las noches que te perseguí sin rumbo por tus laberintos de cartón piedra. Los envuelvo furiosamente con una de tus miradas de cordero degollado y los rocío con tus mejores excusas, pero cuando intento prenderles fuego con mi amor propio no consigo hacerles arder, pues la chispa de odio que intento escupirte no es más que la sombra de otra desilusión mojada por todas las lágrimas que nunca cayeron por ti.

miércoles, 9 de febrero de 2011

The living dead

El alto edificio donde trabajaba se veía desde lejos, y el emblema tridimensional que decoraba aquella sucia construcción la saludaba mucho antes de llegar, impidiéndole saborear los pocos minutos que le quedaban antes de fichar, entrar al despacho, encender el ordenador y comenzar otra de aquellas largas jornadas vacías. La misma rutina, la desidia, la impersonalidad, la impotencia. Los sueños y los principios evaporandose por la ventana.
Los habitantes de la sexta planta, que al principio le habían supuesto una distracción, se habían vuelto tan cotidianos como todo lo demás. Vivían en una "vivienda supervisada", sucesoras de los manicomios, pero que a pesar del nombre y la "libertad" de sus ocupantes, a ella se le antojaba como una edición actualizada de "Los renglones torcidos de dios". Andaban siempre por el edificio y los alrededores, fumando o pidiendo tabaco, hablando solos o entre ellos o recopilando monedas para la máquina de café de la entrada, de la cual extraían lo que a ella le parecían cantidades desorbitadas de cafeína para alguien que está en tratamiento. Caminaban sin ton ni son aparente, con sus miradas asustadas o amenazadoras dirigiéndose a todo y a nada en concreto, y se mezclaban con los demás ocupantes del edificio, las personas supuestamente "normales y sanas" que trabajaban allí cada día haciendo caso omiso de los que vivían en la última planta.
A veces, uno de ellos se escapaba por el edificio causando un gran revuelo. Se trataba de un hombre de mediana edad con la mirada perdida y una eterna mueca de miedo paralizandole la cara que al menor descuido de sus vigilantes se paseaba por los pasillos y entraba a los despachos gritando una y otra vez "Me han matado, ¿no lo veis? Estoy muerto porque me han matao". Esto causaba mofas y risas por parte de los que ya llevaban tiempo allí y una gran confusión y azoramiento entre los que presenciaban tan excéntrico espectáculo por primera vez.
No importaba cuantas veces le dijeran entre risas que si estuviera muerto no podría estar allí hablando con ellos, el estaba completamente convencido de lo que decía, y eso se transmitía en el tono de pánico e impotencia con el que lo gritaba, cada vez más alto, hasta que llegaban los responsables para llevarlo de vuelta al lugar donde pertenecía, seguramente para administrarle una buena dosis de sedantes y dejarlo sentado en alguna sala desangelada con otros muertos vivientes.
Cada vez que esto ocurría, ella, lejos de reírse, sentía el miedo oprimiéndole el pecho, la sangre congelándose en las venas y la certeza dudosa de que ella también estaba muerta a pesar de estar allí en cuerpo presente, tecleando sin cesar y acatando ordenes sin rechistar, con ganas de huir lejos de aquel nido de zombies y buscar algo que la hiciera sentirse todavía viva. Pero en lugar de ello, se quedaba allí sentada, inmutable, como si fuera la única del edificio a la que la interrupción del "loco" no le afectara en absoluto, para que nadie sospechara la envidia que sentía por aquel fantasma que al menos tenía la valentía de denunciar a voces su muerte. Y tal vez si ella no lo hacía era porque, por más que intentara culpar a los demás, en el fondo sabía que ella misma era su propia asesina.

lunes, 24 de enero de 2011

Km 0

   El tren traquetea decidido por los gastados raíles que tan bien le conocen, y aunque tras la ventana todo parece ir muy despacio, la máquina alcanza ya la velocidad necesaria para huir de "casa". Afuera, algunos hombres y mujeres ajenos al tren y a sus ocupantes recogen el fruto del que más tarde extraerán la sangre dorada de esta tierra que es al mismo tiempo su bendición y su condena.
   Al cabo de un rato un revisor me pide amablemente mi billete, y mientras lo busco reprimo el impulso de explicarle que es un billete solo de ida, pues quiero disfrutar del trayecto sin pensar en que la vuelta está demasiado cerca, y que en vez de echar migas de pan siento deseos de ir esparciendo gasolina detrás de mi por todo el recorrido para lanzar una cerilla al llegar a mi destino y quemar las naves, y tener así la escusa perfecta para no volver y poder dejar de vivir en esa ciudad del pasado que no sabe ni quiere avanzar y que trata de envolverme en sus calles vacías y sus avenidas pobres y muertas.
   Empezamos a dejar atrás el mar de olivos y atravesamos un paisaje que comienza a dibujarse distinto, mutando de verdes pastos a estaciones abandonadas, desapareciendo tras la oscuridad de un túnel y resurgiendo en forma de escarpadas paredes rocosas. Supongo que hemos llegado a Despeñaperros, y aunque de pequeña siempre me dio miedo este lugar (en parte por las curvas y en parte por su nombre) no puedo evitar sonreír, pues esta ha sido siempre la puerta que separaba mi mundo pequeño de los mundos que soñaba con explorar y conquistar.
   A partir de aquí, los segundos comienzan una frenética carrera que acabará estrellándolos los unos contra los otros hasta que finalmente vuelvan a su estado habitual de lenta inactividad.
   Al llegar a Madrid, me siento felizmente pequeña y pérdida, caminando sola por calles interminables llenas de gente con demasiada prisa para entender que lo único que me apetezca sea caminar bajo el sol cargando una mochila tan grande como yo.
   Comienzan a arder freneticamente las horas, sobrevolando el Prado y la Cibeles o recorriendo Castellana en un coche tan envidiable como impersonal, recorriendo más tarde paradas de metro cuyos nombres despiertan mi imaginación sin invocar ningún recuerdo o imagen real para acabar desembocando en brazos de mi Peter Pan particular y zambullirme con los niños perdidos en la noche Vallekana, bebiendonos el frio en cualquier parque o asesinando todas las canciones de cualquier antro inolvidable mientras un gigante de nombre inventado intenta explicar la lógica más pura a la reina del surrealismo.
   A la mañana siguiente decido que esta ciudad no está hecha para dormir, y salimos a la calle dispuestos a desgastar nuestras suelas persiguiendo las atracciones y curiosidades del centro, y ardo en deseos de perderme por ese laberinto de callejones por el simple placer de encontrar la salida más tarde.
   El tiempo se apura y nos sorprende la noche en busca de una princesa y de un poco de música que anestesie los sentidos y ayude a expulsar toda mi adrenalina y mi frustración. Más tarde la madrugada va cerrando sus puertas a nuestro paso, asustada tal vez del frío o de las ganas, y nos abandona a nuestra suerte en esa hora fatal en la que es demasiado tarde para dormir y demasiado temprano para estar despierto...
   Y sin avisar aparece el domingo en el rastro, y por más vueltas que doy no encuentro un poco de tiempo que comprar a cualquier precio, y me conformo con explorar todos los rincones posibles en una constante contrarreloj, echándole un pulso al tiempo que de antemano sé que voy a perder, y como premio de consolación, un par de abrazos y un adiós en la estación.
   Y es que tan rápidos y fugaces son los segundos de Madrid que de nuevo me veo a mi misma en el mismo tren, solo que esta vez en dirección contraria, volviendo sobre mis pasos con la sensación de que cuando vuelva al punto de partida y todo siga igual parecerá imposible creer que en algún momento crucé la linea de meta.
   Me aterra pensar que tarde o temprano, los escasos y preciados momentos vividos se convertirán en un vago recuerdo que tal vez acabe perdido entre la bruma de los segundos vacíos de esta vida que por más que intento no consigo asimilar como mía.
   Me doy cuenta de que el tren lleva un rato parado en mitad de ninguna parte, tal vez esperando a que otro compañero cruce por nuestro lado a toda velocidad para poder seguir nosotros también avanzando (o desavanzando). Mentalmente agradezco que mi vuelta se detenga y retrase un poco (a pesar de que mi cuerpo pide a gritos el reencuentro con mi cama), y me doy cuenta de la irónica metáfora o paralelismo entre esta caja móvil y mi vida: ambas paradas y perdiendo el tiempo, simplemente a la espera o al servicio de un "bien mayor", impotentes e inertes, como en coma, sin sentido y tal vez sin remedio.
   El lunes me vuelve a poner el traje de foránea autóctona, y me sumo en el letargo pastoso y melancólico de mis días fotocopiados en este mundo donde todas las estrellas son fugaces pero los deseos rara vez se cumplen y los sueños se aniquilan a punta de madrugón y cafeína, y escondo Madrid debajo del colchón, como ese amor que a pesar de ser imposible o ridículo uno es incapaz de dejar escapar nunca del todo, aunque solo sea para tener algo con lo que soñar despierta mientras lucho por conciliar el sueño cada noche.

La soledad

La soledad
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