miércoles, 26 de octubre de 2011

Involución

Ayer la libertad y la esperanza del inocente,
del que se deja llevar y guiar
y no siente miedo al jugar con fuego.
Ayer, el juego.

Hoy la lucha, la frustración y la duda,
la búsqueda del que conoce el miedo a quemarse
mientras se resiste a asimilar la doctrina.
Hoy, la rutina.

Mañana el anillo, la hipoteca y los niños,
la apatía quemada del que ya ni cree ni lucha
y se deja sin más arrastrar por la corriente.
Mañana: la muerte.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Coffee and cigarettes

Un bostezo, un sorbo al tercer café del día
y una calada al enésimo cigarrillo.
Lo apoyo en el cenicero, absurdo cementerio de colillas,
y observo entre el humo que surge de mis labios
el contraste entre la limpieza y colorido exterior
y el grisáceo desorden que se acumula en su interior.
El gris me recuerda a ti.
Estarás tomando el té de las cinco
o caminando bajo un paraguas entre la incesante lluvia.
Aquí hace tiempo que no llueve,
y yo odio los paraguas.

Otra calada y de repente, entre las colillas,
un papelito arrugado en el que podría haber escrito
una pregunta como "¿volverás?"
o un ruego como "no te vayas".
Pero no. Solo alberga el número de teléfono
de otro a quien no pienso volver a llamar.
Prefiero atesorar calcetines sin pareja
que llamar a alguien que no se los quita
cuando el resto de la ropa vuela por el cuarto.
A gente como esa no sé prepararle café por las mañanas
ni buscarla de noche entre la suciedad del cenicero.

Aspiro el humo ayudando así al cigarrillo
a convertirse en una colilla más
para unirse a sus hermanas en el cenicero.
La mayoría son, como esta, solitarias y nostálgicas,
consumidas en horas de absurda apatía.
Me fascina la variedad de cadáveres:
unos aplastados casi enteros,
otros consumidos hasta el filtro
o manchados de pintalabios rojobuscoguerra.
Cigarrillos rubios, de liar, de yerba, de hachís, de tristeza.
Extrañamente yacen ahora en caótica igualdad,
entre los retazos de historias que se van marchitando
con el paso de las horas, el café y el humo.

Apuro el tercer café y apago el enésimo cigarrillo;
cojo el cenicero, abro el cubo de basura
y deposito dentro todo su contenido de colillas,
ceniza, papelitos y recuerdos,
segura de que así conseguiré espantarte de mi mente.
Acto seguido me arrepiento de desecharte tan pronto,
y me veo tentada a buscarte entre la basura,
por si aún estás ahí, por si vuelves algún día.
Pero los ceniceros son para la ceniza,
así que aunque lo vacíe una y mil veces
no conseguiré deshacerme de tu recuerdo
camuflado entre el humo y los posos del café.

La soledad

La soledad
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