Últimamente, aunque en apariencia todo sigue igual siento que algo fundamental ha cambiado. Ya casi nunca eres el primer pensamiento del día, he decidido acostumbrarme a desayunar una sonrisa, radiante o fingida, con o sin motivos. Si me acuerdo de ti, finjo que eres una historia que un amigo me contó que le había pasado al vecino de su primo, o te espanto a manotazos como a un molesto mosquito.
Y ya no te llamo más, y tus llamadas me resbalan con más facilidad cada día. El traje de sumisa espectante se me ha quedado grande y lo he cambiado por un vestido de indiferencia, que si bien es más incomodo me sienta mejor.
Qué le vamos a hacer, tarde o temprano tenía que dejar de amar al malo del cuento y dejarme querer fugazmente por trovadores extranjeros que prometan abrazarme por las noches y olvidarme nada más zarpar su barco de vapor.
Así que ya ves, a base de morir por ti tantos días he aprendido a esquivar de memoria todas las minas que yo misma sembré en mi camino, y no negaré que todavía de vez en cuando doy un traspiés, pero disimulo orgullosa y sigo avanzando, aunque sea a base de engañarme y acabar creyéndome del todo mi propia e idílica mentira.