La tercera vez que el portero rompió el silencio de aquella mañana de domingo, abrió los ojos completamente despierto y una sola idea cruzó por su cabeza: Lucia. Nadie más tocaría de aquella forma tan insistente al timbre un domingo a las ocho de la mañana mientras el cielo se derramaba con aquella furia sobre las calles desiertas. Se asomó al balcón y allí estaba, encogida en el portal con la cabeza gacha, seguramente cansada de mirar hacia arriba buscándole. En ese momento se le antojó más pequeña que nunca. Le silbó y le lanzó las llaves, y como de costumbre ella no consiguió cogerlas y cayeron al suelo, peligrosamente cerca de una alcantarilla. 
Cuando llegó a la puerta del piso él ya la esperaba con una toalla en las manos. Lucía le dedicó una mirada enrojecida y dilatada e intentó sin éxito devolverle la sonrisa. Se sentó a su lado en el sofá, y tras unos segundos de tenso silencio se decidió a hablar.
Cuando llegó a la puerta del piso él ya la esperaba con una toalla en las manos. Lucía le dedicó una mirada enrojecida y dilatada e intentó sin éxito devolverle la sonrisa. Se sentó a su lado en el sofá, y tras unos segundos de tenso silencio se decidió a hablar.
- Supongo  que no vas a contarme qué te ha pasado o porqué estás aquí.-  Intentó sonar a reproche, pero entre sus palabras se coló una nota  de ternura que ella supo aprovechar enseguida.
- Sabes  que lo haré mañana, o cuando yo misma lo entienda, pero ahora no  puedo. Por favor...
    Sabía que era inútil intentar convencerla de que ya era     mañana, así que fue a la cocina a calentar un par de cafés, y     la escuchó trastear en el salón. Bob Dylan fue la clave para     terminar de convencerle de que esta vez estaba realmente jodida,     y que posiblemente aún galopara por su sangre algo de la mierda     que se hubiera metido la noche anterior.
    Le puso el café delante mientras ella terminaba de liarse un     cigarrillo.
- ¿Azúcar?
- Si,     por favor. Y si tuvieras un poquito de vodka...-Dijo aquello con     esa voz juguetona que usaba cuando intentaba convencerle de algo.
-¿Te     vale ginebra?
- Sabes  que odio la ginebra, pero haré una excepción. La ocasión lo  merece.
Fumaron en silencio mientras daban sorbitos a sus asquerosos cafés recalentados y empapados en beefeater.
Fumaron en silencio mientras daban sorbitos a sus asquerosos cafés recalentados y empapados en beefeater.
-Lo  siento- soltó ella de pronto.
-¿Porqué?-  Lo preguntó realmente sorprendido, pues no estaba acostumbrado a  escuchar aquellas palabras salir de su boca excepto las mañanas de  resaca cuando recordaba los destrozos de la noche anterior. Y sin  duda a ella aún le faltaban unas cuantas horas para llegar a la  resaca.
-No  lo sé, por todo, supongo. Es como si jodiera todo lo que toco,  ¿sabes?- Le miró fijamente a los ojos, clavandole toda su loca  lucidez en el fondo de las pupilas.- Como si nada bueno pudiera  florecer cerca de mi y al final todos los que se me acercan acabaran  tan jodidos como yo, o si son lo suficientemente listos, dejandome  tirada cuando descubren a qué se enfrentan. Joder, yo qué sé, lo  siento por venir aquí trayendote toda mi mierda después de tanto  tiempo.
- Sabes  que no hace falta que pidas perdón por eso.- Le respondió casi en  un susurro, sin atreverse a mirarla.
-¿Y  qué más da lo que haga falta? A mi me hace falta- estaba empezando  a alzar la voz peligrosamente.-Estoy aquí y te pido perdón por eso  y por todo. Le pido perdón a todo el mundo, por estar viva, o por  no saber vivir de otra forma o lo que sea. Supongo que en resumen lo  que quiero decir es perdón por existir.
-¿Nunca  cambiarás verdad? Siempre tan trágica y tan radical y tan  autodestructiva. Pues muy bien.-Ahora era él quien alzaba la voz y  la miraba fijamente a los ojos.- Si tú tienes derecho a pedir  perdón por existir, yo también tengo derecho a darte las gracias  por ello. No voy a negar que tienes mil defectos, ni que eres un  desastre y que tienes un especial magnetismo para los problemas, los  cuales para colmo no se te da demasiado bien solucionar. Pero a  pesar de ello, también puedes ser un soplo de vida de vez en  cuando, una chispita de surrealismo en medio de esta realidad tan  gris, ese toque de locura que nos hace falta para no volvernos  completamente locos. Así que aunque tú te odies por ello, yo te  doy las gracias por existir, y ni se te ocurra rechistarme.
    Lucía     le miró con los ojos llenos de lágrimas y no fue capaz de     replicar nada. Él la cogió en brazos (aquello siempre conseguía     hacerla reír, incluso en ese momento) y la llevó hasta su cama     para tumbarse a su lado y abrazarla como siempre por encima de la     ropa e intentar espantar sus pesadillas durante unas     horas.
   Sabía que cuando despertara fingiría que todo era     perfectamente normal para evitar dar explicaciones, y que después     de ducharse le convencería para que bajara a la tienda de la     esquina a comprar cerveza mientras le preparaba alguno de sus     experimentos culinarios. Después se empeñaría en volver a ver     el mago de oz o desayuno con diamantes y se dormiría con la     cabeza apoyada en su hombro mientras él se tragaba solo aquellas     historias ñoñas y pasadas de moda que ya se sabía casi de     memoria.
    Al caer la noche se pondría su viejo abrigo y se        despediría con un solo beso en la mejilla izquierda, sin        prometer volver pronto o llamar al día siguiente. Y se iría        de nuevo a girar alrededor de ejes equivocados, subiendo y        bajando como un carrusel. Y él la echaría de menos de vez en        cuando, hasta que se rompiera del todo de nuevo y no        encontrara a otro capaz de hacer lo imposible por ponerle una        sonrisa.
    Y de nuevo intentaría odiarla un poco por dejar trás de           si la certeza de que por mucho tiempo que pasara, él           seguiría esperandola en cualquier andén al que fuera a           descarrilar.            
2 comentarios:
Me sorprendiste
... impresionante tu forma de escribir.....
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