Sintió las baldosas del pasillo frías bajo sus pies descalzos. Podía distinguir con claridad los desniveles, las juntas, la dureza característica de un suelo que lleva ahí más de cien años, impasible, contando pasos de personas inciertas y anónimas como ella.
No recordaba en qué momento había salido al pasillo, ni dónde estaba antes. Supuso que debía haber estado acostada, porque la oscuridad envolvente indicaba que era de noche. Fue entonces, al comprobar que no había ninguna luz encendida, cuando reparó en la vela encendida en su mano derecha. La vela dibujaba extrañas sombras en las paredes, no lo suficientemente alargadas como para llegar a aquel techo que siempre se le había antojado indecentemente alto y que según su madre era el culpable de la imposibilidad de mantener la casa cálida en invierno. Pero, ¿por qué una vela? ¿Se habría ido la luz? No sabía nada, no entendía nada. Pero nada importaba nada. No, porque ya no sentía la opresión en el pecho, las ganas de llorar, la molestia en su tobillo izquierdo.
Avanzó por el pasillo del viejo piso de alquiler, observando cuidadosa y detalladamente cada una de las habitaciones sin necesidad de abrir las puertas. Podía encontrar perfectamente en su mente el enchufe de la lamparita del salón, detrás de la libreria, o la caja donde su hermana guardaba sus "secretos" debajo de la baldosa suelta de la esquina de su dormitorio. Escuchó a su padrastro roncar, y se preguntó como tantas otras veces cómo su madre podía dormir con algo así en la cama.
Cuando llegó al dormitorio de los hermanos muertos, se detuvo y sintió el repentino impulso de abrir la puerta y pasar. Allí estaban las dos camitas invariables, el escritorio, la estanteria y el armario, un conjunto perfecto, vacío, intacto. Recordaba cómo desde pequeñas su hermana y ella habían ido construyendo un sentimiento de miedo mezclado con mofa alrededor de sus "hermanastros" y su dormitorio vacío, constantemente a la espera de ser usado algún día por sus dueños legítimos, ya que siempre había sido un tabú la simple idea de usarlo como cuarto de invitados. Bien pensado, era realmente cruel llamar "hermanos muertos" a unos niños de los que no recordaba su aspecto, su edad o sus nombres pero que sin duda estaban vivos en alguna parte, ignorando tal vez que en un viejo piso alguien que un día fue su padre les había construído un altar con colchones nuevos y orientado al sur.
Cuando pasó por delante del baño la sensación que provocaban las baldosas en la planta de sus pies cambió: ya no era fría y dura, si no también húmeda y viscosa. Empujó la puerta entreabierta y la atravesó. Aquella estancia si estaba iluminada, y ante sí se encontraba una de las escenas más hermosas e hipnóticas que había observado nunca. Alguien había colocado aquí y allá una docena de velas que comenzaban a apagarse, a punto de consumirse completamente. En la bañera, su sangre mezclada con el agua teñía de un rojo intenso la palidez mustia y desgastada de los azulejos, y goteaba sin prisa por el borde, expandiéndose hacía el pasillo, como si buscara llenar de color y vida el resto de la casa. Dentro, su cuerpo desnudo descansaba inerte y pálido, con el pelo mojado y oscuro flotando suavemente alrededor de su rostro, que por primera vez le pareció hermoso, con aquel gesto neutro que no reflejaba ni tristeza ni alegría, sino simplemente paz.
Sintió envidia de su propio cuerpo, tranquilo, frío y desnudo postrado en aquel apacible lecho de sangre. Se besó tiernamente la frente y se acurrucó al lado de su cadáver, tranquila y aliviada, segura de que al fin aquella noche lograría descansar.
2 comentarios:
Es muy raro que a mí me guste un texto con esta temática.
Éste me ha gustado.
Ánimo,
LiZ
To die, to sleep, to sleep... Perchance to dream!
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