miércoles, 13 de julio de 2011

Carta a todas tus catástrofes

Querido Iñigo:

   Te escribo esta nueva carta a sabiendas que al igual que la anterior no verá la luz de tus ojos. Sé que si fuera así, calificarías esta primera frase de burda y manoseada, de recurso literario barato. Supongo que es reconfortante saber que las palabras que te dedico no llegarán a ser sometidas a tus implacables y altivos juicios. Aunque en el fondo (y esto que quede entre tú y yo) me gustaría que así fuera. 

   Y es que a veces creo que me empeño en perder, que siempre que puedo elijo fracasar. Es como si sabotease las batallas en mi contra una y otra vez, enredándome con el primero que sé que puede destrozarme y que prometa dejarme a la altura del betún. ¿Por qué si no iba a elegirte a ti como mi último contrincante? ¿Quién mejor que tú podría haberme hecho morder el polvo de una manera tan patética? Si, esta vez sé que elegí bien.

   Solo tú tendrías la osadía de reprocharme que te inventara mil nombres para no enfrentarme a tus ojos acusadores, y no me creíste cuando te dije que el único nombre que te dedico ahora es el de Cobarde. Te irrita mi risa incrédula y me acusas a mi de tu cobardía perversa, esquivando mis preguntas con tus vueltas pasadas de tuerca al más puro estilo Perry Mason. Cuando te presenté en bandeja de plata mi rendición no te pareció suficiente con una retirada. Me negaste tozudo la anhelada tregua y continuaste lanzando ataques mientras yo agitaba agotada mi aburrida bandera blanca, la que me cosí a base de pequeñas derrotas para cuando llegase el día de la gran lucha, el de la batalla final.

   Cuando comprobaste que ya no quedaba nada alrededor que destruir bajaste la guardia con tu astucia felina, y me ronroneaste que mejor dejarlo así, que no querías pelear más. Yo te miré en silencio y fingí que no me importaba perder y que por la mañana todo estaría olvidado. Pero al amanecer descubriste que por primera vez no había reconstruido las ruinas, que esta vez no iba a haber una revancha.

   Y cuando tus disparos al aire no encontraron más mi cuerpo y descubriste que al final me habías perdido, sentí por una vez que esa batalla la había ganado (o que al menos quedé como la más digna perdedora). Qué se le va a hacer, me han vuelto a crecer el orgullo, el amor propio, la dignidad, qué sé yo. Pero me dan ganas de mandar todo eso a la mierda solo por volver a sentir esos disparos que con tanto empeño alejé de mi.

   Si, lo reconozco: cuanto más recuerdo los motivos que me impulsaron a alejarme de ti, más ganas tengo de volver a tu lado. Cuando intento echarte de más, acabo echándote de menos hasta rabiar. Pero eso sí, reconoce que me está saliendo bien, que estoy consiguiendo mantenerme bien alejada de ti y de no hacer que caiga el muro de silencio que yo solita he levantado a base de darme cabezazos contra la pared y de huir a la otra punta del país. Creo que mi mayor victoria hasta la fecha es que el primer intento infructuoso de derribarlo haya sido tuyo. O mi menor derrota, ya que a duras penas ignoré tu ataque y pude parchear las grietas que provocaste.

   Así que para no encontrarme con tu norte al torcer cualquier esquina me he escapado al sur. Al sur, sí, porque aquí el aire es más puro y huele menos a mentira. Aquí la ciudad me saluda con aromas de noche y las baldosas sonríen si se me levanta la falda. Los bares y la música disipan tus miradas, y viejos amigos me lamen las heridas. Por suerte aquí nadie me baila el agua, así que me es más fácil olvidarme de beberme los mares por ti. Y si tú estuvieras aquí...

   Si tú estuvieras aquí lo vestirías todo de tu color gris. Y tal vez eso haría que los colores me parecieran más brillantes. Pero para bien o para mal, tú estás demasiado al norte como para tocarme el sur. Así que no importa si cuando son otras manos las que me tocan yo solo pienso que estarán tocando las tuyas, o si cuando me tomo un chupito de despecho brinde en silencio porque a ti se te atraganten tus tragos de pedantería. Me da exactamente igual que todos los donjuanes trasnochados que conozco solo me recuerden que nunca se podrán comparar contigo, y que las peores canciones del mundo se parezcan tanto a nuestra historia.

   Supongo que por hoy es suficiente. Supongo que es suficiente en general, que lo mejor será no volver a escribirte si no voy a intentar que me leas, y que tendré que seguir esperando a que llegue el día en que ya no te espere nada, aunque mientras cada día solo espere una nueva batalla contigo.

   Y por si te quedan dudas, esto no es un ultimátum. Ya no habrá más ultimátum, desaprovechaste el último y colmaste mi paciencia. Esto es solo un recordatorio de que me has perdido, y de que aunque en mi fuero interno no desee otra cosa, espero que no vuelvas a encontrarme.

   Escasamente tuya,

   Lucía

  P.D. Ya no habrá más postdatas. Esto es (o debería ser) un rotundo punto y final.

No hay comentarios:

La soledad

La soledad
3 miradas