martes, 9 de agosto de 2011

El corazón es un cazador solitario

Cuando no estaban juntos se buscaban sin querer como gatos callejeros, olfateándose las ganas por todas las esquinas de la ciudad hasta que finalmente se encontraban por arte de magia en andenes opuestos de estaciones de metro por las que nunca pasaban, en plazas desiertas o en bares abarrotados de gente. Entonces se sonreían complices con alivio mal disimulado, y reiniciaban un cortejo carente de flores y versos manoseados. Se acodaban en la barra de algún bar a emborracharse un poco más las ganas, a hablarse con miradas de esas que sobrevuelan las palabras y las vuelven inútiles, o se dedicaban a contar las estrellas de su rincón con los ojitos brillantes y las manos impacientes, hasta que finalmente se les llenaban los dedos de caricias, los recovecos de impaciencia y los labios de mordiscos traviesos y gemidos ahogados. Entonces sobraba la ropa y revolvían las sábanas de la cama más cercana explorándose como si fuera la primera vez pero con la astucia de quién sabe el punto exacto que tocar para que todas las células del otro se llenen de electricidad. Los cuerpos se dejaban  llevar por aquella danza ancestral y salvaje al compas del calor y el sudor, piano primero, in crescendo, arriba y abajo, del derecho y del revés, inventando humedas piruetas, rotando el campo de batalla del suelo hasta el techo, aprisionados contra la pared, dibujandose los deseos con las uñas, ensalibándose los sueños, aguantando un poco más hasta que el orgasmo atravesaba todos sus órganos como un relámpago  que los alejaba al uno del otro, dejándolos pegados y quietos, cada uno envuelto por la soledad infinita que sigue al último estallido de placer rodeados por un paisaje borroso, recuperando la respiración y el ritmo cardiaco lentamente, hasta que se separaban sus cuerpos y una risa suave les hacía recuperar la conciencia, y se enroscaban de nuevo, tranquilos ahora, lamiendose las heridas que no compartían y meciendose suavecito hasta que el sueño les alcanzaba, conscientes de que al día siguiente amanecerían solos, sin saber cuando o dónde sería el próximo encuentro. No importaba. La suya era una de esas historias sin principio ni fin, sin reglas ni compromiso, sin secretos ni verdades, una historia básica, sencilla, imposible por ser demasiado perfecta, perfecta por ser completamente imposible.

1 comentario:

Kraichek dijo...

veo q esto estás muy muy activo, me encanta ver que es así.
Un saludo compañera!

La soledad

La soledad
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